La Pastelería San Rafael sigue viva gracias a la familia Romero en El Brillante
T
ras el cierre definitivo de la Pastelería San Rafael en marzo, la idea de que no se perdiera la trayectoria del obrador y confitería más antigua de la capital rondó la cabeza de una de sus vecinas y clientas habituales, Esperanza Romero. Decidida, llamó al número de teléfono de la inmobiliaria que aparecía en el cartel que colgaba de la fachada y averiguó que había una empresa interesada cuyo plan no pasaba por conservar el negocio.
Entonces, lo consultó con su marido y familia, hablaron con las hijas del desaparecido José Delgado Roldán, conocido como «Pepito», el fundador, y llegaron a un acuerdo para hacerse cargo de una nueva etapa al frente de uno de los negocios emblemáticos de la hostelería cordobesa.
Este giro de los acontecimientos permitió que la Pastelería San Rafael continuara siendo un símbolo de la repostería local, manteniendo viva la tradición que la había consolidado como un referente en Córdoba durante más de un siglo. Gracias al esfuerzo y compromiso de la familia Romero, el legado de la pastelería no solo perdura, sino que se fortalece, combinando la esencia artesanal de siempre con nuevas propuestas que han cautivado a la clientela.
Desde entonces, la Pastelería San Rafael ha vuelto a brillar con fuerza, ofreciendo sus productos más emblemáticos, como el pastel cordobés y los manoletes, junto con otras delicias que siguen siendo un orgullo para la ciudad. Este compromiso con la tradición y la calidad ha permitido que el obrador siga siendo una parada obligada para locales y turistas, quienes no solo disfrutan de la repostería más auténtica de Córdoba, sino que también se sienten parte de una historia que trasciende generaciones.